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Educación infantil: Consideraciones a tener en cuenta

La palabra «educación» me despierta un cierto desasosiego.

Será debido al tipo de educación que recibí o a la que habitualmente observo, se aplica actualmente tanto a nivel familiar, como escolar o social.
El diccionario de la lengua española define «educar», en primer lugar, como: «Dirigir, encaminar, adoctrinar».
¡Qué miedo!

Teniendo en cuenta que a su vez «dirigir» se define como: «Enderezar, llevar rectamente algo hacia un término o lugar señalado», que «encaminar» se define como: «Enseñar a alguien por donde ha de ir, ponerle en camino», y que «adoctrinar» se define como: «Instruir a alguien en el conocimiento o enseñanzas de una doctrina, inculcarle determinadas ideas o creencias».Educacion

Todas estas definiciones me huelen a colegio religioso, a educadores implacables, a padres severos, a educación basada en el orden y mando, a sociedades controladoras del individuo. Huelen a falta de respeto y de libertad.
Es considerar al niño como alguien que debe ser «enderezado», llevado por «el buen camino», con «fe ciega y obediencia absoluta» al adulto.

El niño es una semilla que contiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un adulto en armonía. Solo hace falta dejar que se desarrolle (y los adultos somos especialistas en impedirlo).

Esa semilla necesita de una fértil tierra donde arraigar sus raíces.

Raíces ubicadas en la gestación, en el nacimiento y fortalecidas en los años posteriores, necesitados de un entorno amoroso (tierra fértil), creador del vínculo afectivo, verdadero nutriente de la semilla humana.

Hablar de educación es, bajo esta perspectiva, hablar de afecto, de respeto, de comunicación emocional, de AMOR. Es hablar de la «buena educación».

Todo agricultor conoce lo referente al cuidado de la semilla de la que quiere obtener su fruto. No espera que de una semilla de limonero salga un árbol que le de manzanas. No trata de la misma manera una semilla, que un brote o que un pequeño arbolito. Sabe del tiempo necesario para el crecimiento del árbol hasta producir sus frutos. Lo único que hace es acompañar su crecimiento, cuidándolo, protegiéndolo. Con toda la paciencia y cariño del mundo. No hay más, entonces, que esperar que la naturaleza siga su curso.

Sobre los cuidados de la semilla humana se han planteado métodos, marcado directrices, de todo tipo y color. Se han escrito manuales y libros hasta la saciedad, de los que la mayoría para poco han servido. Sólo hay que contemplar el camino del ser humano a lo largo de su historia. Todo bastante inútil porque se han escrito por adultos y para adultos, sin tener en cuenta que los bebés y niños no son adultos en miniatura sino más bien al revés: los adultos son bebés y niños que han crecido.

Los objetivos planteados para la educación han sido generalmente encaminados a hacer de los niños unos hombres y mujeres «de bien», claro está, según lo que cada cultura, cada sociedad, cada madre o padre interpretan lo que significa «de bien».

Y digo yo ¿no sería más natural intentar que los bebés y niños se conviertan en hombres y mujeres felices, y además habiendo sido a su vez bebés y niños felices?

Eso sólo es posible amándolos y sobre todo que ellos lo sientan así. Amar es conocer y satisfacer las necesidades afectivas del otro. Para conocer cuáles son esas necesidades, en el bebé y en el niño, hemos de comprender cómo siente, qué le daña o beneficia a nivel emocional, qué consecuencias tiene todo ello en su futuro y actuar en consecuencia.

Las Etapas de Percepción

Desde que un ser humano es concebido, igual que su cuerpo físico va a atravesar diversas etapas de evolución en sus capacidades psicomotrices (succionar, reír, llorar, gatear, hablar, andar, etc.), también sus formas de percepción van a evolucionar. Básicamente podemos hablar de una percepción emocional que prevalece desde la concepción hasta los 12 / 14 años (con una intensidad inversamente proporcional a la edad) y de una percepción racional que domina a partir de esos años (con una intensidad directamente proporcional desde los dos años de edad).

Desde la concepción hasta los, más o menos, dos años después del nacimiento, la percepción podríamos calificarla de «altamente» emocional y es, a partir de esa edad –época preverbal- donde el niño empieza (¡Ojo! EMPIEZA) el desarrollo de sus capacidades de percepción racional. Es evidente que no es lo mismo hablar de un bebé de tres meses, que de un año, que de dos, de tres, de cuatro, etc. La diferencia está precisamente en la evolución de sus capacidades perceptivas y de sus experiencias vitales (aprendizaje).

Por lo tanto podemos plantearnos la educación en base a dos pilares fundamentales:

1. Las diferentes etapas de percepción

Las diferentes etapas de percepción: tenemos, como tiempos claramente diferenciados, la gestación, los dos primeros años desde el nacimiento y el nacimiento en sí, que por su importante carga emocional es un hecho de una gran repercusión en la vida de las personas. A partir de aquí la infancia, hasta llegar a la adolescencia.
De cómo percibe y siente el bebé, de sus necesidades afectivas durante la gestación, el nacimiento y sus primeros años de vida lo expondré en otro artículo.
Como hemos visto, durante la infancia prevalece la percepción emocional, que es lo contrario de la percepción racional.

2. La individualidad de cada bebé o niño.

La individualidad de cada bebé o niño: que cada niño es diferente que nos lo digan a los que tenemos más de un hijo. Son diferentes porque heredan una carga genética particular (con predisposición a una determinada conducta), pero sobre todo son diferentes porque cada uno ha experimentado una gestación y un nacimiento particulares. Nunca, aunque la madre sea la misma, un embarazo y el nacimiento serán igual a otro, y ambos imprimen una huella única en cada bebé. También podemos plantearnos, además, una perspectiva espiritual, en la que cada bebé trae consigo un bagaje, una misión, un aprendizaje en particular. Sea como sea, cada bebé / niño es, en sí mismo, único, especial, y como tal hay que tratarlo.

Tipos de Educación

Hagamos un ejercicio de viaje al pasado y recordemos cómo nos educaron nuestros padres. Los hechos que nos hicieron felices y los que nos hicieron sufrir. Lo que necesitábamos y no nos dieron. Hay que tomar conciencia de todo ello y utilizarlo, junto a nuestro propio criterio y valores, para establecer la forma de educar a nuestros hij@s, siempre sobre la base de que lo prioritario es que se sientan amados. Podemos diferenciar cuatro estilos de educación:

  1. Educación Autoritaria: M/Padres autoritarios que imponen normas y esperan obediencia: «No interrumpas, no vuelvas tarde o te castigaré; ¿Porqué?, porque lo digo yo». Utilizan con frecuencia el castigo y algunos justifican el pegar a los niñ@s como algo necesario y natural.
  2. Educación Permisiva: M/Padres permisivos que se someten a los deseos de sus hij@s, les exigen poco y raramente recurren a la discusión o diálogo.
  3. Educación negligente: M/Padres negligentes que rechazan a sus hij@s. No están implicados. Esperan poco y no se comprometen.
  4. Educación Democrática (o Educación Emocional): M/Padres que son pacientes, respetuosos y cariñosos. Saben escuchar y priorizan la atención de las necesidades emocionales de sus hij@s. Cuando los niñ@s crecen utilizan normas y órdenes, pero también explicando las razones, animándoles a discutir abiertamente y permitiendo excepciones a las normas.

Los niñ@s con mayor autoestima, confianza en sí mismos y competencia social normalmente tienen m/padres cariñosos, preocupados y «democráticos» (m/padres que se comunican con ellos, que establecen normas pero respetan su opinión), capaces de comprender y atender las necesidades afectivas de sus hij@s, de basar la relación en el respeto a su particular proceso evolutivo (los hij@s no deben ser el fruto de nuestras expectativas y deseos).